jueves, octubre 12, 2006

ANAS

El Único viejo verde que conozco es una tal Benjamin Franklin, de los billetes de cien dólares que consigo arrebatarle al imperialismo, por arte de birlibirloque. Y la única mujer que amo se llama Ana. Siempre se llamó Ana. Ana toma distintos rostros, distintos matices, pero es siempre Ana. Puede ser una judía de Holanda, una niña que escribe con voluntad de hierro su Diario, hasta el último minuto, antes de que los nazis descubran su escondite. Puede ser la mejor alumna del maestro Heidegger, internándose por los meandros de la mente y el espíritu, demostrando que se podía escribir después de Auschwitz. O puede ser la Ajmatova, poeta enorme, poetaza, capaz de enfrentar al Georgiano, de despedir al pobre Osip, y seguir cantando. Puede ser la mejor actriz de un cineasta terminal y desolado, que derribó el Muro de Berlín muchísimo antes que todos los demás. Puede ser esta última Ana que nos duele en el alma, asesinada por los esbirros de un discípulo del Georgiano, por querer llevar –prometeica– la verdad a los hombres. Mi Ana tiene mil rostros. Sé los de ahora. No conozco cuáles serán los últimos. Termino mi elegía furiosa, mi duelo armado, parafraseando unos versos de mi amigo y compañero HPS: “Péguenle a ella. Orinen sobre ella. Pero no olviden que nuestra hermanita muerta hace las cosas con delicadeza”.

El Vigía de Pobladora


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