lunes, octubre 09, 2006

AZUL BLANQUEADOR

El azul blanqueador era un cubito semejante al de la tiza que usan los billaristas. Se colocaba en el agua del último enjuague de los guardapolvos o de la ropa blanca, y realzaba el blanco. Lo proveía el mismo fabricante del jabón Rinso. Te vendía el jabón, el azul y tenía un eslógan para sus productos: "¡QUÉ PAREJA RINSOBERBIA!", que se pasaba en la radio.
La tarea se completaba con almidón Colman en las tablas del guardapolvo (faltaba poco para que se inventara el LAVE-Y-LISTO, liberando a miles de jóvenes madres de esa tortura).
Estuve releyendo hace poco unas páginas de Walter Benjamin, "Infancia en el Berlín del novecientos" y me quedé maravillado con la descripción que hace el tipo (¡maestro, maestro, maestro!) de lo que significó la irrupción del teléfono en la vida del hogar. Un artefacto extraño y magnético, del que todos comenzaron a estar pendientes, que hablaba en un momento inesperado y era capaz de despertar a los mayores a la hora de la siesta.
A propósito de la siesta, Benjamin dibuja una metáfora hermosísima sobre el desajuste de la generación de sus padres en relación con los tiempos que venían. Si encuentro el libro, se las copio.
No, no lo encuentro, va de memoria: "En realidad, el teléfono no sonaba a la hora de la siesta. Sonaba en la exacta hora de la historia universal en que mis padres se durmieron..."
Grande Benjamin. Lo único que no le perdono es su muerte absurda, fruto de la excesiva intelectualización de las cosas. Cuentan que los guardias civiles en Port-Bou no lo buscaban a él. Ya estaba a salvo de los nazis. Pero pensó que lo habían atrapado y prefirió matarse por propia mano. Ahora, dicen los que fueron, hay una linda placa de bronce, en la pared del hotel.
Pero estábamos en la cuestión del azul blanqueador, traída por el Caronte. El cubito de marras se usaba la primera vez y se retiraba del balde.
Entonces, lo dejaban en el borde de la pileta, chorreando lentamente su azul, pintando (en lugar de blanquear) los alrededores.
Si tuviera que poner el azul blanqueador en un relato, lo pondría en la película "Un día muy particular", de Scola. Me la imagino a Sofía Loren, tan verosímil, tan ella misma, blanqueando y planchando los guardapolvos de sus hijos, la camisa del marido...
Claro que los colores dominantes en el fascismo eran el pardo, el gris, el negro. ¿Para qué iban a necesitar blanqueador?
Los que necesitaban blanqueador eran nuestros queridos perucas, cabecitas negras, descamisados con camisas blancas bien planchadas, niñas con el pelo recogido a lo Evita y un fondo celeste y blanco en cada plaza, en cada aula, en cada salón.
Pero ¿y los Blancos uruguayos? ¿Usaban azul blanqueador? ¿Le enseñaban a sus hijos a usarlo?
¡Qué pareja rinsoberbia, el Caronte y el Almirante!
Ahora dicen que están en la edad de la inocencia... ¡Habráse visto!
La única inocencia que vale -parafraseo a Oliverio- es la que nos fabricamos cada cinco minutos.

El Vigía de Pobladora


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