domingo, octubre 08, 2006

HASTA LA VICTORIA FINAL

¿Remember, querido Sub? Ya está por cumplirse un lustro desde aquella diáfana tarde de enero en Copacabana en la que usted me convencía de la necesidad perentoria de poner en marcha una nueva organización revolucionaria, una cofradía secreta planetaria capaz de unificar y conducir las inevitables rebeliones de masas que el derrumbe de la civilización capitalista habría de generar.
Pocos meses antes habían volado las torres gemelas (hoy sabemos que con la anuencia, como mínimo, de los chicos del Pentágono) y humeaba todavía Buenos Aires luego de las jornadas del 19 y el 20 de diciembre del 2001. Con un brillo contagioso de determinación en su mirada, acaso potenciado por la yerbita buena que por entonces solían conseguirme mis queridas amigas, las meninas de Helpi, usted me aseguraba que el siglo que apenas empezaba habría de ser testigo de la derrota definitiva del Imperio.
Ahora puedo confesarle mi incredulidad de entonces. Me parecía un delirio la idea de construir un Comando Secreto que pudiera estar aquí y allá, darle orientación y aliento a los oprimidos, diseñar las estrategias de combate más inesperadas por el enemigo, generar confianza entre los rebeldes y desconcierto entre los opresores. Alucinaciones poéticas de mi viejo amigo, pensaba yo.
Pero pocas semanas después yo me quedaba en la cidade maravilhosa reclutando adherentes para la causa en los ensayos de la verde-rosa. Me había propuesto conformar un destacamento de mulatas poposudas que se unieran a la gran insurrección que programábamos y no cejaría hasta lograrlo.
Usted, por su parte, regresaba a Buenos Aires para establecer el bunker central del naciente CIRPR y designar con precisión científica a los oficiales que habrían de conducir los distintos puestos de combate.
Habíamos coincidido en la necesidad de reclutar al Vigía de Pobladora, porque ambos admirábamos su memoria prodigiosa, sus virtudes de archivo y biblioteca vivientes, así como su habilitad para mimetizarse en diversos personajes. Le temíamos un poco a sus conductas a veces anárquicas, pero confiábamos en su noble corazón.
Otro nombre sobre el que no había diferencias era el de Don Alvaro de Burgos, el Caronte del Malvin, arcabucero mayor de la plaza de Montevideo, de alma ácrata y blanca, prosapia gardeliana y pluma deleitosa, quien por entonces esbozaba junto al cartaginés el asalto al shopping de Punta Carretas.
Como el I Ching nos dijo que era propicio "atravesar las grandes aguas", usted sabiamente convocó a la capitana Bea, por siempre señorita, para que nos narrara la verdadera historia de las hordas que llegan en chalupas a la vieja Europa para ganarse algo parecido a una vida. Y al entrañable Pollo, que ha escrito menos de lo que debiera. Y al luminoso Chugu, que pinta hasta en los sueños. Sumó a la pequeña pero inmensa Flor de Almagro y al silencioso Oscuro y luego vino la rama juvenil, con la llegada del guitarrero Selenita y la gentil Petunia bogotana.
Más tarde, la amorosa Pitonisa pringlense me rescató del averno carioca y me llevó con ella al sur de la Bahía, para curarme con sus dulces manos. ¿Remember Vento Sul, subcomandante? Gloria eterna a aquellas jornadas de combate que la memoria guarda entre el vaho de la mejor maconha, en la que me gané el grado de Almirante.
Hemos dado batalla en estos cinco años. Ganamos, perdimos, empatamos, pero, si usamos la mirada larga, es evidente que el saldo es favorable. El enemigo hoy está a la defensiva y el CIRPR tiene un prestigio bien ganado entre los que combaten a lo largo y a lo ancho del planeta.

Usted recuerda que estuve a punto de no contar el cuento a causa de ciertas heridas de combate. Si el destino ha querido que yo sobreviviera, ha de ser porque tiene para mí más días de espada y aventura.
A sus órdenes. como siempre, hasta la victoria final.


O Almirante




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