domingo, octubre 15, 2006

LA HORA DE LOS HORNOS

Hermosa mañana de primavera. Anoche regresé de Christiania –siempre estaré volviendo– y alcancé a ver como Sosita nos salvó del incendio en la cancha de Perón. Hoy desperté al alba y me armé un join con un canutito que conservé de Dinamarca. ¿Será esta temprana estimulación la que me hace ver tan diáfanas las cosas? ¿Tan despampanante la primera rosa del rosal que tengo frente a mi ventana? ¿Tan alucinante el perfume del jazmín paraguayo que ha estallado repentinamente? ¿Tan armonioso el canto matinal de las maravillosas aves de Villa Elisa? ¿Me habré, como Nalé y el bardo de Pobladora, despertado grillo esta mañana?

“Se puede decir que hoy es un buen día ¿no le parece?”, me dijo al saludarme, inopinadamente, un vecino que religiosamente pasa frente a mi casa apenas raya el alba. Es la primera vez que lo escucho decir algo más que buenos días. Me pregunto si será una contraseña. Es nuestra obligación estar atentos a todos los mensajes porque, huelga decirlo, el porvenir de la humanidad depende de nosotros.

Como dijo alguna vez Don O., “soy feliz, perdón”. Los peplas, pazcuatos y papanatas, pueden atribuir ese estado de gracia al THC, pero yo sé muy bien que la sustancia de la que se nutre esta dicha es saberme parte del CIRPR, vanguardia luminosa que disipa las tinieblas con su celestial clarividencia.

Lo compruebo, una vez más, al leer el análisis que escribe Verbitzky en el diario del domingo acerca del conflicto entre Bizcocho y Bergoglio y entre éste último y el Mefisto de Bavaria. El perro tiene buena información pero, digámoslo sin perder la humildad, no hace otra cosa que repetir noticias que el CIRPR ya había adelantado.

Para saber lo que va a ocurrir mañana, la gente debería leer los informes de hoy de nuestros lúcidos comandos.

Pero no solamente nos anticipamos a todos los analistas de pacotilla que pululan por ahí, sino que tenemos un método infalible que nos induce siempre a la orientación correcta.

A nosotros jamás nos van a vender el bodrio (comida mal cocida, el Subc. V dixit) del mal menor. Ese arte de birlibirloque por el cual, por ejemplo Verbitzky, para defender al Pingüino de los ataques del purpurado porteño, temeroso de que el juicio a Von Wernik y otros asesinos con sotanas lo termine manchando, termina apoyándose en Ratzinger y su “tradicionalismo”.

Nosotros nos reímos a carcajadas de tales especulaciones. Nosotros los vemos a los tres como ingredientes de un mismo guiso en mal estado. Nosotros esperamos, con paciencia, sin ninguna inquietud, disfrutando como niños cada flor de cada primavera, la hora de los hornos.

O Almirante


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