jueves, octubre 12, 2006

A LA PITONISA AGAIN

Querida Camarada Pitonisa:

yo no ofrecí sus tetas, se ofrecen solas. Son una belleza.
Si la primera carta que nos tira es La Encantadora del Fuego, me entrego. Siempre quise una Encantadora del Fuego. Me encantan. Son tan dulces, tan suaves.
¿Ha pecado en su juventud? Lástima haber sido viejo de tan joven. Que el Almirante mire, su oficio es: “almirar”. Cosa tierna de los salvajes unitarios, hubiéramos deseado, nosotros, los indios, tener esas joyas en nuestras manos. Ya han pasado los años, las décadas, los ríos y los mares, y no hemos tenido a Nina Simone cantándonos en nuestros oídos.
Bien nos puede asfixiar un amor sobrenatural.
Y las escamas que dejan los peces en su huída dibujan el CIRPR en la costa de sus ojos.
Todos amamos a nuestra tierra muerta.
Somos como los hijos de los colegios infames que los acogotan. Tiernos imberbes que se preguntan qué es el poder.
Somos tan imbéciles como el proletariado.
Somos una auténtica y real mierda.
Ahora escucho vallenatos colombianos. Qué belleza es vivir en otro mundo.
Al releer estas palabras me doy cuenta que pueden ser interpretadas como una declaración de amor.
No, de ninguna manera acepto que hoy, sólo hoy, se sepa que amo absolutamente a la Pitonisa.
Y al Almirante, por favor, no me lo toquen. Es lo más divino del mundo.
Los vallenatos dicen: porque los amo.


Subc. V


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