miércoles, octubre 25, 2006

MADONNA QUIROZ Y LOS PROGRES

Sabemos lo que son los barrabravas: matones a sueldo de algún patrón en la sombra, que levantan la divisa que corresponda (la del Rojo, la de Chacarita, la de Cambaceres, la de River Plate, la de Boca) según se les ordene.

Cual mercenarios medievales, hoy trabajan para un príncipe, mañana para otro, aunque se encariñan, y no pierden la esperanza de echar raíces.

El uso de barrabravas en la lucha política es más viejo que el sueño. Acá en la región argentina (volvamos a usar aquella certera denominación anarquista), los primeros barrabravas se llamaban Legión Cívica o Legión Patriótica, y también Alianza Libertadora Nacionalista, y eran reclutados por señoritos bien, para que los ayudaran a salir de correrías, a la caza del “ruso” o del “maximalista”.

“Hoy quiero romper cráneos judíos”, dicen que decía Juan Queraltó, uno de los jefes de esos barrabravas.

Por supuesto, detrás de los barrabravas iban las “policías bravas”, integradas por hijos de los caciques tehuelches y araucanos, arrancados a sus familias y criados por los patrones en el “odio hacia el gringo”.

Y detrás de las “policías bravas”, iba el ejército de línea, sin más trámite, comandado por generales de estilo prusiano como Capdevila o Riccheri.

En la Semana Trágica de 1919, al mando de una compañía que tenía cercados los talleres Vasena, y que enfrentaba a los piquetes obreros desarmados con ametralladoras, estaba el entonces capitán Juan Domingo Perón.

Perón siempre tuvo barrabravas a su alrededor, como los tuvieron Hitler o Mussolini. Él les proveía los fondos y los mandaba a hacer trabajos sucios, como en los tiempos conservadores (al fin y al cabo, él se reconocía como el gran continuador de los conservadores).

En los '60, por pudor, en cartas que sabía que iban a circular entre los idiotas útiles de la llamada Juventud Maravillosa, él llamó a las barras bravas “formaciones especiales”, eufemismo para no decir que eran matones a sueldo, a los que les fijaba el blanco y asignaba una paga.

Así se sacó de encima a Vandor, a Alonso, a Rosendo García, a Dirk Henry Kloostermann y a otros dirigentes que osaban competir con él o pactaban sin avisarle. Una vez le pregunté al asesino de Kloostermann por qué lo había matado. Me dijo: “Judío, está todo dicho”.

Con el tiempo, las barrabravas se fueron asentando, aquerenciando, delimitando territorios.

En Independiente –mi glorioso club, que nunca le ha reconocido al anarquismo todo lo bueno que le dio– los Camioneros como Madonna Quiroz desembarcaron el 7 de noviembre de 2003, en el velorio del quilmeño Raúl Pérez, que fue cosido a balazos en la puerta de su casa vaya a saber por quién.

Allí estaban el “Bebote” Alvarez, Caniche y el Polaco, presentándose para la sucesión (mafiosa) de Pérez.

A partir de ese día, cuando el Rojo juega de local, Bebote controla el sector central de la Popu, justo debajo del escudo de la Visera. Caniche se acomoda en uno de los codos de la cancha, con Los Pibes de los Trapos.

Y el Polaco, al frente de los “Camioneros”, elige en cada partido dónde se pone.

Los viernes, antes de los partidos, el Polaco, Madonna y los “Camioneros” pasan a buscar plata e instrucciones a la sede del sindicato que manejan los Moyano, en la Capital Federal.

Así pasa con los barrabravas de todos los otros clubes de primera división.

Reciben entradas (incluso los cupos asignados a la policía bonaerense para seguridad, y que se subastan en el mercado negro), dinero, algunas consignas para corear en la tribuna y alguna referencia por si tienen que hacer un trabajo especial (por ejemplo, escrachar a un directivo o persuadir a algún jugador).

Pongamos, entonces, las cosas en orden. No les creamos a estos progres hipócritas que se rasgan las vestiduras cuando los barrabravas hacen alguna mierda de ésas que saben hacer.

Esos progres son los mismos que hacen la vista gorda cuando Macri padre, Macri hijo, o los zares de la TV como Avila y como Haddad, consuman sus peores felonías. Y ahí está todo bien, nadie se horroriza.

Entonces, no compremos ese “¡Oh, pero este hombre está armado!” cuando Madonna Quiroz desenfunda su Bersa 38 y tira unos tiros contra el portón, en San Vicente.

Él es uno de los “Héroes del Desaguadero”, allá en la frontera entre Mendoza y San Luis, cuando en febrero del '94 se cruzaron los micros de dos barras bravas. Cuenta la leyenda que los Rojos, gracias a la guapeza de tipos como el Madonna Quiroz, pusieron en fuga a las huestes de José Barrita, legendario Abuelo de la “12” boquense.

Entonces, agarrárselas con Madonna es como agarrárselas con un rottweiler asesino porque mordió a una nena.

¡Al que hay que vaciarle el cerebro y volverlo a programar, es al dueño del rottweiler, no al pobre perro!

Estas cosas me sacan de quicio.

Mañana se lo comentaré a Gwyneth, que tiene una mirada silenciosa y comprensiva para cualquier cosa que se me ocurra.

Por ella, sólo por ella, entregaría las armas.

Vigía de Pobladora



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