lunes, octubre 09, 2006

QUEMA DE LIBROS

Salud cirpreanos: las células dormidas están dormidas, sólo eso. Y oyen la conversa de madrugada como un fondo sonoro, con ráfagas de sentido. Una linda conversa de borrachos que avanzan hacia la madrugada, componiéndose un poco, pidiendo un café, diciendo "aquí no ha pasado nada".
Oportuna la lectura no-obligatoria del comando Lunar, ante la excusa del Almirante ("No tengo más Corán, me lo quemó la Pitonisa...") Así se hace.
"Me olvidé la guitarra", dijo inverosímil un payador. Y no faltó quien le dijera "Aquí tiene otra, maestro, pero cante... por favor, cante".
Lo de la quema de libros siempre fue más retórico que otra cosa.
Goebbels tenía su buena colección de libros "degenerados" y arte "degenerado", para consumo personal.
Durante el Proceso, Invernizzi dice en un trabajo de investigación, que se ordenó (y ejecutó) la quema de un millón de libros del CEAL (sic). Hay una famosa foto de un camión volcador tirando 2.000 volúmenes de bolsillo (no más) en un baldío, que los investigadores tomaron como referencia, sin tener la menor idea de lo que representan, en volumen, un millón de libro.
Eso fue más una acción de prensa del Proceso (de algún goebbelcito como el coronel Roualdés) que otra cosa.
En Chile también hicieron algo así, para amedrentar a la gilada que guardaba ediciones de Quimantú y de Punto Final y se apresuró a esconderlos, a enterrarlos, a ocultarlos de la vista de la jauría militar.
Pero después los libros se vendían en Buenos Aires (lo sé porque recibí un cargamento enviado a la editorial Galerna) y cuando se puso pesado en Buenos Aires, se vendían en otra parte o se guardaban para mejor ocasión.
Lo de la quema, entonces, fue para la gilada. Una remake de la quema de libros de Caballería de Alonso Quijano, ejecutada por Dulcinea y el bachiller Carrasco. Un refrescar la leyenda del califa Omar en Alejandría.
La semana pasada el juez que embargó la fortuna de Pinochet le echó el guante a una biblioteca de ocho mil volúmenes que tenía el muy cerdo, incluyendo una colección de los clásicos del marxismo. Ahora los libros saldrán a remate con un doble valor: ya eran valiosos antes, pero además, estaban en la biblioteca del Tirano...
Así pasó con la biblioteca de Rosas. Y con su hemeroteca (que también era importante, con revistas inglesas y francesas). En el 80 seguían pasándose como trofeos los libros que habían estado en la biblioteca del tirano prófugo, en Palermo.
Qué quieren que les diga. El Holocausto pasó, y allí murieron millones de judìos y gitanos y "diferentes". Ahora los muchachos de Teherán, utilizando fuente no precisamente árabes (como Hobswan) lo ponen en cuestión.
Es como cuando en el Círculo Militar argentino (institución que habría que arrasar, como hizo el Caronte con Punta Carreta) dicen que los desaparecidos no fueron 30.000, sino 9.500.
¿A quién carajo le importa si fueron 30.000 o 9.500? ¿Qué le agrega a la calidad del crimen?
Invernizzi tiene razón: se quemaron un millón de libros en la Argentina del Proceso.
Y en el post-proceso (lo digo de fuente propia) se quemaron por lo menos dos libros: Elogio de la Pereza (de Paul Laffargue) y Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini.
Los quemó mi primera ex, en el jardín del fondo, en represalia por mi actitud dilettante (y en el caso de Lamborghini, con la excusa de que "lo podrían leer los niños").
Por lo menos dos libros fueron quemados, entonces, en una casa del Sur bonaerense, en aquella época.
¿Que la Pitonisa quemó un Corán finamente encuadernado, mientras su dueño se hallaba "absorto ante una grafía sufí" (cito a un poeta devenido Subcomandante). Puede ser. Es probable.
Que nadie salga a decir, entonces, "acá hay otra guitarra". Déjenlo al Almirante sin Corán. Ya se va a curar.
El perro solo se lambe -así dicen en el campo- las heridas.
El zorro pierde todo, pero no las mañas.
¡De ánde!
¡Pst!
¡Habráse visto!

Desde Pobladora, El Vigía


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