domingo, octubre 08, 2006

RELIGIÓN UNIVERSAL

Propongo, compagni, que charlemos un poco de modernidad. De modernidad y de religión. La religión es el opio de los pueblos, dijo el judío alemán y repite la Pitonisa carnal, por lo tanto nos fumamos la religión. Religión (re-ligare, volver a ligar, diría Mariano) es el humano sueño de superar la alienación y regresar a la unidad primordial. “En el principio la humanidad era una única nación”, dice el Sagrado Corán (sepan disculpar pero cito de memoria porque la Sibila quemó mi ejemplar con encuadernación de lujo).
Ésa es, por cierto, la esencia del programa esbozado en 1848 bajo el título de Manifiesto Comunista. O sea que Marx debió haber dicho: “las otras religiones son el opio de los pueblos, fumen de ésta que es de la buena”. La nueva religión no podía ser menos que sus predecesoras. Si aquellas se ufanaban de sus libros (la Biblia, la Torah, el Corán) las habríamos de superar con los tres tomos de Das Kapital. Con los años se verían levantar los templos de la nueva iglesia, florecer los intérpretes de su credo, multiplicarse las capillas moderadas o fundamentalistas, recaudar los diezmos para el porvenir de la causa (¿no es cierto, mi amada flor almagrense?).
Había nacido la religión de la modernidad. Ella nos prometía que junto a la locomotora a vapor (que el Vigía de Pobladora tiene como ícono sagrado) arrancaría a los pueblos precapitalistas de su atraso milenario, los unificaría en inmensas factorías en las que se convertirían en proletarios que adquirirían la conciencia de sí, para luego romper las cadenas que oprimen el desarrollo de las fuerzas productivas y llevar de la mano al paraíso a la humanidad toda. Daría la impresión que las cosas no han funcionado de ese modo.
Si la novela rosa del marxismo fuera verosímil, deberíamos apoyar la construcción de las papeleras de Fray Bentos. Las grandes plantas productoras de celulosa sacarían de su abulia pastoril a los orientales de Río Negro y cientos de chacareros abandonarían sus milenarias rutinas para dedicarse a plantar eucaliptus y mirarlos crecer. Claro, pervertiríamos para siempre el río de los pájaros pero, ya se sabe, la locomotora es la locomotora.
El marxismo, aunque nos duela reconocerlo, forma parte indivisible de la era de aceleración de la materia que está llegando a su fin. Comparte el mismo desideratum de hiperdesarrollo de la tecnología que nos conduce a necesitar cada vez más cosas y perder la capacidad de disfrutarlas. Un amigo me decía hace unos días que le gustaría tener una “heladera inteligente”, que se encargara de pedir al súper las provisiones cuando estuvieran escaseando. La enfermiza dependencia que el ser humano ha desarrollado con las máquinas apunta indefectiblemente al embotamiento de los sentidos y a la pérdida progresiva de la sensibilidad y la intuición.
Cosas y más cosas, para después terminar coligiendo que todo tiene como destino el basurero.
Si acaso ustedes se sintieran más tranquilos por ello, les confieso que no me he convertido al islamismo. He descubierto que soy un fiel adepto a la Religión Universal (UR, según su sigla en inglés), que incorpora las enseñanzas de todas las anteriores, incluyendo al marxismo, y afirma que estamos a las puertas de una enorme revolución espiritual.
La gran novedad de la UR es que termina con la absurda e infantil ilusión de considerar al ser humano como centro de cosa alguna. La humanidad es apenas una partícula más (muy necesaria, por cierto) de la evolución galáctica hacia vaya a saberse dónde carajo.

O Almirante, en viaje.

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