miércoles, noviembre 29, 2006

CUBA NECESITA OTRA REVOLUCIÓN


Aquí estoy con el Dancer, recorriendo las suaves curvas del Malecón, desde 3a. y G (alguna vez llamada “de los Presidentes”) hasta San Salvador de la Punta, casi a la entrada del túnel submarino que lleva hacia la Fortaleza.


Me gusta el Malecón porque es una línea de frontera. Vemos La Habana Vieja sin estar en La Habana Vieja. Vemos el mar sin estar en el mar. Y el cielo, por supuesto, cortado apenas por los prismas racionalistas de algún gran hotel de los sixties o algún gran hospital de los seventies.


De los balcones cuelgan trapos azules escritos con grandes letras blancas: “80 y más”, dicen. Todos iguales, todos con los mismos colores, las mismas letras, la misma leyenda. Son los 80 de “Él”. Así lo llaman cotidianamente, como los hebreos se referían a Dios, sin nombrarlo. “Él no lo va a permitir”, “Él está contento”, “Él se está muriendo”. Devoción, reverencia, temor, todo junto en una forma de nombrar.


El sábado será la parada, la gran parada militar: blindados, lanzamisiles, cazabombarderos, todos rugiendo y surcando la tierra y el cielo, alimentados con la gasolina barata que manda el amigo Chávez. Llegarán a La Habana delegaciones de todo el país: pioneros y pioneritos, zapadores, exploradores, los voluntarios del Cambio Climático, los del Dengue, los de la Alfabetización Digital.


Estará Elián, el niño rescatado de las garras del Imperio (y reeducado y reprogramado). Estarán las esposas de los héroes prisioneros del Imperio. Y las viudas de los héroes asesinados por el Imperio. Y los sobrevivientes del Moncada, con muletas. Y los de Playa Girón, llenos de medallas. Y los de Ogaden. Y los de Angola. Y uno que acompañó al Che en el Congo. Y el que perdió su sombra en un incendio (perdón, se infiltró Vallejo).


Aquí estoy con el Dancer, viejo amigo. Nos vamos a encontrar con el Ambia en el paseo José Martí, de tardecita. Parece que el sobreviviente de la Alfabetización consiguió afanarse una botellita de ron Matusalén del hotel donde trabaja. Le haremos honor.


F. está triste y a la vez esperanzado, por lo que vaya a ocurrir en su isla cuando lo muerto y lo moribundo terminen de morirse, de una buena vez.


Para sacarlo de sus cavilaciones, le cuento que la geronta Alicia Alonso está de visita en Buenos Aires, y que el vicepresidente de la nación argentina, con su única mano buena, le impondrá una condecoración. Acoto que la vieja está de visita con su marido, don Pedro Simón.


F. suelta una carcajada. “Simón no es su marido, chico. Es su marida... ¿entiendes?”


“A esa mujer le gustaban las mujeres. Ella tomaba niñitas para enseñarles a bailar y las acariciaba y las besaba, y también les enseñaba a bailar. Un día, eso llegó a oídos del Comandante, que la mandó a llamar. «–Alicita ¿es cierto lo que dicen por ahí, que a ti te gustan las muchachas? Pues mira, yo no tengo nada contra eso, pero lo pueden usar en nuestra contra, lo pueden usar contra la Revolución. Así que te me buscas pronto un novio, que sea varón, y te me casas como Dios manda. Después, haces lo que quieres...»


“De ese modo, Pedro Simón –terminó el Dancer su relato–, un sujeto al que le gustan los hombres, terminó casándose con doña Alicia Alonso, una señora a la que le gustan las mujeres. Por eso a Pedro le dicen «la marida»”, deslizó burlón.


En la era victoriana –medito– la verdad de las relaciones estaba siempre oculta, y lo que se mostraba era una ficción.


Aquella fue una era llena de esposas y esposos infieles, de homosexualidad encubierta, de criminales sin descubrir (a Jack el Destripador todavía lo busca Scotland Yard, al mejor estilo de la Policía Bonaerense).


Si alguien transgredía o pasaba la frontera –como el gran Oscar Wilde– lo condenaban a la cárcel, a la horca, al ostracismo.


La era fideliana de Cuba se parece a la era victoriana inglesa. “¡Oh, estos oficiales comercian con la droga!”, dice un juez. Acto seguido, ordena fusilarlos.


“Alicia Alonso y su marido están de gira”, dice la recepcionista de la Casa de las Américas, y cuando el turista se da vuelta le guiña un ojo a su compañera y le susurra “Se fue con la marida...”


¿Qué pasará cuando se termine la era fideliana?, pienso.


No sé qué pasará. Cuba necesita otra revolución.


El Iluminado

La Habana, 29 de noviembre de 2006.



Comentarios: Publicar un comentario



<< Inicio

This page is powered by Blogger. Isn't yours?


View My Stats