viernes, noviembre 17, 2006

DOS JUANES Y CUATRO BEKES

Salud, camarada Lupus:

Nuestra maniobra distractiva dio resultado y finalmente pudimos enviar un comando a fisgonear en el Observatorio Cósmico de Malargüe. Los pasmados vigías imperiales –mis competidores directos– se pusieron a interceptar sus correos y los del Oscuro, sin ver que la bocha iba por otro lado. Así es esta guerra, lo lamento. Y goles son amores.

Me ilumina su relato del pintor espía germano, ese que medía la profundidad de los bajos del Uruguay, buscando refugios para los U-Boots.

Claro que, como usted mismo cuenta, el SBS (Special Boat Service) inglés no se chupaba el dedo, y cuando llegó el momento le cayó al pintor de madrugada y acabó con su arte.

Lo mismo le pasó a otro Hans (Juan), capitán de navío argentino, que noviaba con una primita que tengo en Bahía Blanca. Al comenzar la guerra de Malvinas, Juan se disfrazó de pescador y se subió al pesquero de altura Narwall para hacer detección temprana de los vuelos ingleses.

En cuanto se apiolaron, los rubios cañonearon el barco con un Harrier, lo hundieron y hasta les pincharon a balazos los botes salvavidas, para no hacérselas tan fácil (el fair play, se sabe, lo inventaron ellos, como una hipocresía más).

Así que a este otro Juan le pasó lo mismo que al suyo, con el agravante de que fue 40 años después. Deberían haber aprendido algo estos maringotes de cuarta ¿no?

Ya que menciona al paisajista Bekes –Guillermo, para más datos– voy a citar aquí el relato que él me hizo de la llegada de su abuelo a Entre Ríos:

“Mi abuelo Alejandro vino de Hungría en los años ’30. Vivió primero en Buenos Aires y luego se radicó en Concordia, que había vuelto a ser un puerto importante gracias a los emprendimientos de los Fuchs y a la fábrica de extracto de carne Bovril inaugurada por los franceses. Como era carpintero de oficio, fue contratado por el párroco de la ciudad para el mantenimiento de la iglesia. Después, puso su propia carpintería y fue creciendo hasta tener una buena posición.

“Eso fue después de un tiempo, porque al principio las pasó duras. Mi abuela siempre contaba que un día recibió en Budapest la carta que le mandaba Alejandro desde la Argentina, junto con el giro que le iba a permitir comprar el pasaje y reunirse con él en Concordia.

“El abuelo decía en la carta que todo era maravilloso y que el dinero que le mandaba era apenas la paga de un mes (cuando en realidad eran los ahorros de dos años). Ella vino entonces muy ilusionada y al llegar descubrió la verdad. Nunca le perdonó al abuelo esa mentira, se la reprochó hasta el día de su muerte.

“Alejandro también visitó Córdoba, y puso allí una fábrica de letreros luminosos. Mi padre, que se recibió de ingeniero químico, colaboró con él en alguno de sus emprendimientos. Un día, cuando mi papá tenía cuarenta años, el abuelo le dijo que el origen de nuestra familia es judío, que él se había convertido al cristianismo el mismo día que pisó suelo argentino porque estaba cansado de las persecuciones...”

Era un sobreviviente el abuelo de Bekes, con todos los estigmas de los sobrevivientes. Decía la mentira que los otros (su esposa, la Dirección de Migraciones, el párroco que le daba trabajo) estaban dispuestos a escuchar.

Por eso lo disculpo a Guillermo, con sus paisajes naturalistas, acomodados al gusto de las señoras gordas que compran esa clase de pintura. Tal vez, hasta él mismo se ha convencido, en este momento, de que esos son los cuadros que le gustan.

Y un día, cuando sea famoso y tenga la jubilación asegurada, le confesará a su hijo: “la verdad, a mí nunca me gustó pintar esta porquería; yo quería hacer expresionismo, pero la galería Praxis, de Buenos Aires, en aquel tiempo, no compraba expresionismo...”

Así se hace la historia. Y también la pequeña historia.

Salud y RS.

Vigía de Pobladora



Comentarios:
Más de un curioso se pregunta por la suerte del Iluminado, que se ha dado en castigar al lector con su silencio.
Marisa.
 
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