miércoles, noviembre 22, 2006

EN LONDRES, CON ALFAJORES


Otra vez en esta puta Londres, caminando de punta a punta por Sandwich Street, una cortadita inadvertida (sin webcams) a pasos del 235 de Euston Road, que es donde tienen internado al Topo.


El Subc. me sacó de París cuando estaba a punto de celebrar con la impostora Ségolène Royal mi primer Tratado Triangular.


La cosa fue así: ya está previsto que la mina ésa le dé una paliza a Chirac y a Sarkozy juntos, en las próximas elecciones. Socialista debidamente esterilizada (como Bachelet), ella será la nueva trampa del establishment para intentar captar a una parte de la progresía francesa, una progresía que ya venía dispuesta a transar y a poner a candidatos árabes en sus listas, a condición de que los dejen seguir probando buenos quesos y chupando buenos vinos, y sin temor a que la negrada invada sus palacetes o le prenda fuego a sus automóviles.


Ségolène tiene el perfil justo: nacida en Dakar, hija de un milico (como Bachelet), con un hermanito de los servicios, que en 1985, a pedido de Tonton Mitterrand, le hundió el barquito a Greenpeace en Auckland. Una joyita.


Ella fue la “rebelde”, la que se casó tras la puerta (así decían mis tías) con François Hollande, un muchacho socialista que ahora curte como alcalde de Tulle, pueblito de 15 mil almas a 500 kilómetros de París.


François, que tiene mandato desde 2001, no quiere saber nada con acompañar a Ségolène al Eliseo ni con tener que cumplir el papel de “primer caballero” de la República, con la obligación de satisfacer por las noches a la ninfómana de su esposa.


Ahí aparecí yo, y les propuse a ambos el Tratado Triangular. Les dije que un par de veces a la semana, si mi comando superior lo autorizaba, visitaría el Eliseo haciéndome pasar por François.


En cada una de esas visitas, le pegaría un pijazo a la Ségolène (perdón por la sutileza), la tranquilizaría, y eso quedaría hacia afuera (para el qué dirán, para los servicios, etcétera) como que el marido de la Presidenta efectuó una “visita de higiene”.


¿Qué tal? Ya estaba a punto de cerrar el trato cuando me llegó el mensaje cifrado del Subc. ordenando mi regreso urgente a la pérfida Albión y, peor que eso, a esta puta Londres desde donde les escribo.


Aquí me ven, en Sandwich Street, comiendo un alfajor. Para terminar de persuadirme, V. me hizo llegar una cajita de Capitán del Espacio, esos alfajores que sólo se distribuyen en kioscos de una red secreta, por los alrededores de Quilmes.


Alexander Litvitenko, el topo que tienen internado y entubado en una sala de terapia intensiva del UCLH (University College London Hospital) presenta, según el último parte del Dr. Amit Nathwani, “un 50% de probabilidades de sobrevivir”.


¿Qué es eso, me pregunto con indignación cirpreana? ¡O llevamos su probabilidad de supervivencia al 99% o bien lo liquidamos ya, pero basta de franela!

Ian Lloyd, de Scotland Yard, anda repartiendo tarjetitas con su teléfono, como una niña de 15, para que le aporten información (parece la Bonaerense buscando a López).

Los forros del laboratorio dicen que el Topo fue envenenado con “talio radioactivo”, una formulita desarrollada por la KGB cuando el peladito Putin conducía sus destinos.

Y lo que definitivamente no entienden –aunque lo tienen aislado en una bolsa esterilizada, y lo escrutan cada cinco minutos– es un bollito de papel metalizado, presumiblemente de un alfajor, con la extraña marca Capitán del Espacio, desconocida por completo en la tierra de los Toflets y los Candy’s...


Es todo por hoy, desde la puta Londres.


El Iluminado


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