viernes, noviembre 17, 2006

U-BOOT

Digamos que se llamaba Heinrich o Hans o Julius. En mis viajes astrales lo veía siempre pintando cuadritos naturalistas, en la popa del barco a vapor que había amarrado al muelle viejo de Colón, amarrado a alguna isla del río Uruguay, amarrado a alguna boya cerca de los grandes bancos.

Así que para recuperarlo, montamos nuevamente la torpedera y pusimos proa al norte mientras la tormenta de este “Mecong” litoraleño se suavizaba y no llegó a descargar las piedras que los informativos centrales contribuían a hacer más divertido el pánico porteño o rosarino (¡al fin conocen lo que son las piedritas! Vaya vaya, santa Natura). Si vieran, caros fratres, cómo la Patria Libre y Anarchía surcaba las olitas y le hacía pito catalán a los cancerberos del muelle de Botnia, cómo roncaba el motor gasolero.

Al fin, nos acodamos al barco del pintor y lo buscamos hasta por la sentina... nada. Ni siquiera algún cuadro reciente de esos que hacía con paisajes de la costa, muy a la moda actual, muy a lo Bekes y con venta asegurada en Fiztcarraldo’s. Nada. Ni siquiera un plumín.

¡Ah sotreta teutón!, me dije, ¿dónde te habrás metido? Para matar el aburrimiento bajamos unas líneas y encarnamos con lumbrí. Seguro que después de esta lluviecita se va a acercar el moncholo. Nada. Al atardecer nos fue rodeando la niebla, para colmo pegajosa niebla de comienzo de verano... mmmh. La noche cayó más pesada. Abrimos una botella de Absolut Vodka y nos pusimos a murmurar las baladas del Volodia Vitsovsky... fue casi un sortilegio esa conjura. Al instante una brecha se abrió en las aguas serenitas de la noche y asomó un periscopio. No salíamos del julepe ni siquiera cuando leímos en la torreta el nombre del barco, U-989.

Un capitán viejo re viejo que ni sabía que la guerra había terminado hace como 60 años buscaba al pintor para corregir los informes de las cotas, los bancos de arena, el caudal del río en cada recodo. Hacía años estaba dando vueltas sin poder salir de la isla Pelada y para peor, eternamente confundido con las mareas diarias porque ni se había enterado que existía la represa de Salto Grande que regula el caudal como se le antoja, de día baja de noche sube, según sea uruguayo el que maneja las compuertas o sea argentino y se invierte el sistema, de noche baja de día sube.

Jodete por boludo, le dije, lo hubieras escuchado al Javier Villafañe cuando nos contaba la historia del espía que volvió del frío.

Heinrich o Hans o Julius era buen pintor pero de la escuela bekesteiniana. Nadie sabe con certeza si vino con los alemanes del Vólgota o con los de la Liebig, esos que no sabían qué eran ni cuando los capitales pasaron a manos británicas. Vivía en el barco al que movía cada tanto, para encontrar motivos pictóricos decía. En realidad, estaba haciendo un sondeo de profundidad de todo el bajo Uruguay para ver si servía de refugio a los U-Boot de la Kriefmarine, las manadas de lobos que salían a cazar los reaprovisionamientos del Atlántico. Cosa que todo el pueblo lo sabía pero era divertido verlo al gringo tirando piolitas con plomadas.

Una noche vio una función de títeres del Javier cuando éste cayó por Colón con La Carreta, más exactamente el Retablo de Juancito y María, y el germano quedó tan fascinado con la maravilla de los muñecos y viendo las necesidades por las que estaba pasando el poeta que lo invitó a parar en su barco. “Pero nada alcohol ni mujeres –le dijo–, nada de nada sino yo echar patadas”. No se le conocían esos arranques misogínicos, así que a la noche siguiente el Javier se conquistó una damita y acto seguido, cuchita cucheta. A la mañana lo despertaron los gritos del alemán, desaforados, ya desde la borda del barquito, ¡sentir olor mujer! gritaba, ¡sentir olor mujer! El Villafañe como rata por tirante, directamente desde un ojo de buey al agua.

Meses más tarde se supo que un barreminas, el HMS Starsheep, lo llevaba más atado que un matambre hacia los calabozos del MI5 en la Torre de Londres. Cartas náuticas, compases, astrolabios, sondas, eran fieles testigos del trabajo del pintor.

Ahora lo miro al submarinista perdido en el tiempo, en el espacio-tiempo náutico, en este stargate litoraleño, y no puedo más que sentir pena. La niebla se lo va llevando despacito, hundiendo el U-989 en el río hasta que ni siquiera podemos ver el tubo del snorkell, trazando una finita ola aguas abajo.

¿Abrimos otra vodkita?,dije.

Lupus Fluminis


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