miércoles, diciembre 13, 2006

NOCHE EN TEOTIHUACÁN

Mientras ustedes se derretían en ese anticipado verano tropical que se ha desatado en el Estuario del Plata debido a la extraordinaria actividad sísmica que ha explosionado en nuestra estrella –la Nave Madre de esta escuadrilla planetaria que integra el enorme escuadrón de la Vía Láctea– tema sobre el cual los alerté hace unos días y que, lamentablemente, ha sido tomado a la chacota por cierta Sibila libidinosa que oficia su santo oficio vendiéndole cachivaches a los turistas ingleses y alemanes en una isla del Mediterráneo, yo, mis queridísimos, me cago de frío en Teotihuacán, al pie de la imponente Pirámide del Sol, esperando por el Capitán Ben.

Es que convendría tomar más en serio lo que está ocurriendo en el sistema solar –y obviamente en el sistema del cual es un subconjunto, o sea el Cosmos intergaláctico, como comprenderán– aunque más no sea porque nos pondría en guardia en cuanto a los efectos que pudiera tener sobre la conducta humana, es decir sobre nuestra conducta.

Mientras esto colijo cae la noche sobre Teotihuacán. El cielo es un tapiz indescriptible que hipnotiza y bulle de información trascendental viajando por los corredores del tiempo. Confirmo el dato que me pasó el Subc. por vía reservada acerca de la creciente brillantez de los planetas solares. He visto esta noche –muéranse de envidia– a Venus en pelotas. Y el agua marciana, que la NASA acaba de “descubrir” y que nuestros ancestros conocieron tan bien. Y he visto a Júpiter emitiendo un rayo sanador hacia su tierna Jo.

Pero lo más importante de todo lo que observé –agárrense bien– es una estrella que jamás había visto, que se comprime y expande alternativamente en ciclos plenamente perceptibles y que, en su climax expansivo, se transforma en una pantalla donde puede verse, sin exagerar, una película cuatridimensional.

Repentinamente, aparece en esa pantalla un individuo extremadamente estilizado, con un aura de una sutileza casi inmaterial, sonriente y amigable, un tipo al que uno le compraría un auto usado, digamos.

“Soy el Capitán Ben, Yuri. No puedo bajar ahora porque las milicias de Felipe el Breve me andan buscando por todo México. Los idiotas suponen que somos nosotros, los annunaki, los que estamos soliviantando a la indiada que han explotado durante siglos. No importa: la hora les está llegando y entonces lo único que podrán perseguir será su triste sombra en el Infierno. Pero, por ahora, hay que seguir tomando precauciones. Así que nos vemos en una semana en Altaí”, me dijo.

¿Altaí? –me pregunté. Tal vez ustedes jamás hayan oído hablar de ese país, pero recuerden que yo soy ruso y Altaí es una de las 21 Repúblicas que integran la Federación Rusa: un pequeño Estado de apenas 200 mil habitantes enclavado en el corazón de la Siberia Central, limítrofe con China, Mongolia y Kazajstán.

¿Qué mierda de interesante puede pasar allí? Ya no sé que pensar. Pero seguiré el rumbo que me fija la estrella porque así debe ser. ¿Ustedes qué opinan?

Yuri

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