jueves, febrero 01, 2007

¿HAY ALGUIEN AQUÍ?

Así decía el quinto oficial Lowe, un joven irlandés, en la madrugada del 16 de abril de 1912, mientras recorría con el bote Nº 14 un mar de camalotes en el que los camalotes eran ramilletes de cadáveres, todos flotando congelados, con sus correspondientes chalecos salvavidas.

Lowe era, tal vez, el primer testigo de la tragedia del Titanic. Buscaba sobrevivientes. Sólo escuchaba el silencio de los muertos.

“¡Esperamos demasiado!”, se recriminó, abandonando sus últimas esperanzas.

Por suerte estaba Rose, dispuesta a vivir.

Rose, la que le soltó la manito a Jack, para que se hundiera como una piedra en el fondo del océano.

Rose, la que sacó fuerzas para quitarle el silbato a un contramaestre que también había pasado a formar parte del otro mundo.

La misma que después sacó fuerzas para soplar y soplar, hasta que la oyeran los del bote.

Lo nuestro, lo de los del CIRPR, no es para tanto. No es la tragedia del Titanic. Uno que se divorcia. Otro que se enferma y cura. Uno que se enamora. Una que se larga a llorar de alegría. Otro que se pone a reír de tristeza. En fin, la vida.

Nada especial.

Yo ahora me asomo desde la ventanita de mi amor, de mi amor que ha soportado indemne las inclemencias de la primavera y que viene soportando estoico las inclemencias del verano, para preguntar si hay algún puto cabrón (o cabrona) de este comando que esté vivo.

El que esté vivo, que chifle.

O.



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